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LA CULPA Y EL MIEDO COMO INSTRUMENTOS DE MANIPULACIÓN MASIVA

La culpa y el miedo son experiencias espirituales profundamente arraigadas en la antropología religiosa. La culpa surge del quiebre con una ley divina o moral; el miedo, de la amenaza de castigo o abandono. Ambos operan en el espacio de lo sagrado, pero también pueden ser instrumentalizados como dispositivos de control social y político.




El cristianismo, por ejemplo, introdujo una noción de culpa interiorizada, mucho más poderosa que el castigo externo: no necesitas una cárcel cuando tienes un infierno, ni un policía cuando tienes conciencia. La política entendió rápidamente esta lógica.


Movimientos como el Ku Klux Klan no solo eran racistas: eran profundamente religiosos. El "pecado" del otro (judío, negro, comunista, católico) justificaba su exclusión o exterminio. Lo mismo ocurre en sectas como los Legionarios de Cristo, donde el pecado, aunque disfrazado de redención, sirve como mecanismo de subordinación: la figura del líder es quien absuelve, perdona y castiga.


El miedo escatológico (al infierno, a la condena, al fin del mundo) es reapropiado por ciertos discursos políticos que anuncian catástrofes morales o sociales: "si ellos ganan, se acaba el país", "nos quitarán la familia, la fe, la patria". Por eso, rescato 5 características estructurales de aquellos movimientos políticos populistas o radicales que se comportan como sectas religiosas.


1.    Un líder carismático, infalible, casi mesiánico.

2.    Una narrativa de revelación: “la verdad que nadie quiere que sepas”.

3.    Un enemigo absoluto y demonizado.

4.    Una estructura piramidal que exige obediencia total y castiga la disidencia.

5.    Una moral dualista: estás “con nosotros o contra nosotros”.


Aquí es donde surge el peligro para la democracia: la política deja de ser deliberativa para volverse litúrgica: hay dogmas, ritos, herejías y salvaciones. Hoy, con redes sociales y sistemas de microtargeting, el miedo y la culpa pueden amplificarse a escala industrial. Un mensaje culpabilizador sobre el género, la inmigración o la seguridad puede viralizarse en segundos. Se construyen identidades políticas a partir de emociones religiosas no reconocidas como tales, pero que operan con la misma lógica: ¿Eres buen ciudadano? ¿Eres puro? ¿Estás del lado correcto de la historia?. En todos estos casos, el mensaje de fondo es el mismo: “Tú estás mal, pero nosotros podemos salvarte”. La salvación deja de ser trascendente y se vuelve política: se vota, se obedece, se dona, se sigue. Y todo está atravesado por un chantaje emocional: si no lo haces, eres culpable, y mereces lo peor.


Pero, ¿hasta qué punto somos conscientes de estas liturgias políticas disfrazadas de civismo? ¿Cuántas de nuestras lealtades ideológicas están realmente sostenidas por el miedo al infierno —aunque ahora se llame desempleo, caos, inseguridad o “el otro”? Tal vez no estamos en una era posreligiosa, sino en una mutación de lo sagrado: líderes que se autoproclaman redentores, ideologías que operan como credos, y seguidores que obedecen como feligreses. Entonces, ¿la democracia todavía es un espacio de libertad y búsqueda del consenso, o ya es una iglesia más?

 
 
 

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